Ay, Buenos Aires — 3: Estoy acá, viviendo
- Male Saito
- 9 jun
- 10 Min. de lectura
Apuntes sobre la soledad cuando no se sale a recorrer nada
por Male Saito

Ay, Buenos Aires, ay. Los porteños somos chinchudos y solitarios, parece decir nuestra ley invisible. Nos gusta hacer las cosas sin que nadie nos pregunte mucho. Salimos solos a tomar café, comer, bailar, a cualquier edad. Pero no obstante, hace un tiempo la soledad me pesa. Soy una tortuga que carga consigo su caparazón.
Como periodista cultural, mi vida está atravesada por eventos, recitales, muestras y charlas. Pero también por una pregunta constante: ¿voy sola o con alguien?. En general, mis mensajes de wassap son: ¿querés ir conmigo a tal lado? tengo entradas. Lo que otrora hubiera sido una maravilla, cada vez engancha menos. Nadie tiene tiempo o ganas. ¿Nadie?
El viernes pasado, intenté convencer a amigos de todos los círculos posibles para que me acompañaran a un evento. Nadie podía. Por un momento pensé en no ir. Dije me quedo viento netflix y listo. Y ahí junté fuerzas sin pensarlo mucho. Me puse el tapado y salí. Afuera seguro me iba a encontrar con algo distinto a mí misma o la que el algoritmo piensa que soy. Cuando llegué, sentí una bocanada de aire fresco. La misma que siento cuando logro aplastar al monstruo depresivo que vive dentro mio. Ahora eso sí. A los diez minutos, ya un pelado me había susurrado una pajareada al oído, dos parejas me habían preguntado si estaba sola y por qué, y un grupo de chicas me miraban chistosas mientras yo leía tratando de que se hiciera la hora del espectáculo.
Yo me sentía avergonzada, en falta. ¿Con quién? Es una pregunta que me abisma. ¿Con quién carajo estoy en falta? Si estoy acá… viviendo.
Me senté en una mesa de dos sillas adelante y me daba culpa usar un buen espacio por estar sola. ¡Soy una ridícula!, pensé, ¿pero me pasa solo a mí?
Hace algunos años noté que empecé a dejar de salir los fines de semana de día. Siempre de noche. La gente casi nunca tenía tiempo y yo sola no podía. Después los viernes y sábados a la noche dejé de ser el plan de todos. Mis amigos en pareja elegían salir con sus novias, novies, novios. Mis amigos solteros corrían toda la semana para programarse una cita, que, en general, terminaba en una decepción y de las que yo rehuía por no adaptarme al formato de OKC, tinder. Una vez un chico con el que me veía algunas veces me dijo: “es que vos sos la chica de los martes”. Los martes el día del que no se espera nada. Esa era yo, al parecer.
El viernes sí fui sola, como tantas otras veces, y si bien la pasé hermoso, me dejó un gusto agrio. Todo lo que hago en mi vida lo hago sola. Lo puedo hacer. Lo disfruto, incluso lo elijo. Pero no es lo que más me gusta ir sola a ver eventos. Cuando voy a un recital, obra, película, me gusta charlarlo con otros. Expande mi experiencia, la abre, hace incluso que dure más su sabor.
Esa noche también pensé cuántas veces me quedé encerrada en mi casa por no hacer algo sola y entré en un círculo vicioso de ver las redes sociales, las vidas felices de otros, que sí eran elegidos por otras personas en días sin puntaje. Muchas veces también pensé: ¿Soy yo la que está deprimida o mis amigos? ¿Soy yo la única que se aburre? ¿Soy yo la única que aunque esté quemada y sin tiempo necesita el arte para sentirse viva? Ya me sentía una ñoña insoportable.
Ni hablar del problema vincular y sexoafectivo que estamos viviendo, donde volvimos a la pre adolescencia. Pero eso da para otra nota.
La pregunta que me rondó estos días también fue… Si nos da vergüenza ir solos al teatro, ¿Nos dará vergüenza ir solos a una marcha? ¿Acercarnos a una asamblea? ¿Militar?
Si nos estamos volviendo cada vez más tontos, leemos menos, nos concentramos menos, escuchamos menos al otro, en vez de sufrirlo en soledad. ¿No necesitaremos ayuda? ¿Hay algo de malo en eso? ¿Quién está pudiendo pagar terapia?
Imagino que nos juntamos a leer en silencio por horas o a cortar verduras para la semana, o a lavar la ropa, o a tomar mate un domingo mientras estudiamos, o ir a un museo, o a una obra, o al cine o a pasear por la ciudad. No por nada cada vez proliferan más los clubes, las caminatas colectivas, etc. Las necesitamos. Nos perdimos. Un gestor cultural me dice que cada vez más aparecen personas solas en los espacios buscando tener un lugar de pertenencia donde encontrarse con otros con vidas y búsquedas afines.
Cuando rompimos al amor romántico en pedazos, empezamos a romantizar la amistad y a sobrecargarla. Una puede tener amigas de hace añares, pero aun así no encontrar con quién compartir algunas experiencias. Lo mismo con la pareja, claro. ¿Es todo una cuestión de agenda? Las madres se sienten solas porque no enganchan a sus amigas en el rato libre, las amigas de las madres se sienten abandonadas, las recién separadas, las que estudian, los que trabajan mil horas, está difícil programar el ocio colectivo. Sumado a que no hay un mango para probar algo distinto, algo que no sé si me va a gustar.
Me puse a preguntar en mis redes si salían solxs y qué les pasaba con eso. Me respondieron más de cien personas. Algunos testimonios son estos.
I confiesa que no es de hacer planes solo: “Dejé de ir al cine regularmente por eso. Una vez organicé una salida, compré la entrada y todo, pero me arrepentí”. P puede salir sola a recitales y lecturas, pero no a comer. La mayoría de las mujeres me respondió que no pueden pedir un plato de comida solas en un bar. A lo sumo un café o una cerveza. P dice también que encuentra en los parques un espacio vivo: “Leo, escucho música y siento que todos construimos algo. Late la vida: gente triste, contenta, vendiendo, tomando mate, haciendo yoga, tocando candombe”.
F inspirada por El camino del artista, ve salir sola como un ritual: “Es un compromiso conmigo misma”. E disfruta de ir a bares sola sobre todo cuando viaja, aunque prefiere la compañía. Muchas personas me hablan desde otros países, donde tuvieron que partir por razones económicas, laborales o de pareja, y se sienten solos y parias. Tuvieron que darse un empujón para no quedarse encerrados, paralizados, demorados.
A todos los que me escriben, les cuesta tomar el impulso, salir sin haber quedado con un otro, que saben los está esperando. La casa los chupa. La mayoría de las que se animan a contestar son mujeres. Los hombres dan likes, pero por ahora, dicen poco. ¿No les sucede?
M aporta una perspectiva distinta desde la Asamblea Desviada, un espacio de género y disidencias en el conurbano sur: “Me acerqué porque me había distanciado de muchos amigos. Llegué aclarando que estaba en un proceso depresivo y ansioso. No soy vergonzoso, más bien caradura, pero me sentí muy contenido al compartir eso. En la asamblea, no hay una obligatoriedad de seguir tareas iguales para todes; cada une participa en la medida de sus posibilidades, y no se exige más”. Me dice que la asamblea fomenta un sentido de comunidad que contrarresta la soledad, ofreciendo un refugio donde la vulnerabilidad es acogida sin juicios. Además, reflexiona: “En un mundo que todo lo convierte en cálculo, consumo y seguridad, la comunidad y la amistad deben ser defendidas y reinventadas. Pensar estos lazos es resistencia”.
Para otros, la soledad pasa por la mirada ajena. Muchos pueden ir al teatro o al cine, hundirse en la oscuridad y salir casi corriendo al hogar. Pero para otros, aunque esa mirada no “vea”, opera. L admite: “No sé hacer casi nada sola, me avergüenza. Quería ir al cine y no fui para no ir sola. Creo que me siento sola-sola, cuando puedo ser vista por otros. Sé que es irracional el miedo. Pero también me molesta que me ordenen no tener miedo”, dice.
M, en cambio, superó esa barrera tras tocar fondo: “Me saqué el chip de que la gente me mira y elegí planes que me encanten, que haría con alguien que quiero, pero conmigo”.
LR relata que después de que una amiga le canceló y de escribirle a muchas personas, decidió ir sola a un evento y terminó participando en una dinámica en el escenario: “No sé si con una amiga lo hubiese hecho. Estar sola me permitió enfocarme y ser más yo. Eso sí hasta que me relajé, con cada persona que me cruzaba daba muchas explicaciones de qué hacía sola ahí”.
La vergüenza de ser vistos solos, el temor a ser juzgados como “infumables”, de cargar con el estigma.
M me cuenta que hace unos días, lanzó en sus redes una convocatoria libre para hacer planes con sus contactos de IG. “La soledad vista como empoderamiento ya sabemos a quién sirve. Ojalá nunca se pueda salir solo al cine y tener las mismas reflexiones que con alguien más. Que ese lugar de alteridad siempre haga falta”, dice.
Vivimos en un contexto de crisis económica, política y de salud mental. Las redes sociales nos bombardean con imágenes de felicidad ajena y mandatos de perfección: tener mejor piel, comer mejor, ser más productivos, más felices, más empoderados. Como dice P: “el contexto y la psicología positiva son un combo del horror que nos está destruyendo”. T, me dice en una conversación, que estamos sintiendo el desfasaje entre la vida virtual y la real, que eso nos hace colisionar el cerebro. Tenemos códigos de una y de otra, y nos movemos como frankensteins.
J menciona el instagram “Tinder de amigos”, que al parecer sirve para estos casos.
En los videos que circulan a toda hora en redes, se nos insta a esconder nuestra angustia, a domesticarla, a llenarnos de rutinas individuales de auto cuidado, que adivinen qué, nos aíslan más de los otros. La vida se termina volviendo una performance de la vida. Fíjense que la estética de esta época es que todo “parezca natural” y hecho “sin esfuerzo”. Algo falla. ¿Vincularse con otros es un esfuerzo? No lo sé.
Tenemos cuarenta mil trabajos, mil deudas, la responsabilidad de estar regixs sin que se note mucho, seducir según el manual de la docilidad, y una serie eterna de cosas que nos hacen pensar que vincularnos con el otro es casi imposible y en donde quedarnos aislados, parece, nos simplifica la existencia.
Cuando rompimos con la idea del amor romántico, la familia tradicional y los hijos como único futuro posible, nos quedamos con el yo. Hoy, muchos sentimos una crisis vincular, no solo en lo afectivo, sino en lo político. Pero también, como reflexiona L, nos encargamos de deconstruir, de romper con lo que no iba más, pero nos olvidamos de construir lo que sí queríamos. La vida social parece subsumida por parejas y familias, dejando a muchos preguntándonos: ¿dónde están los otros espacios de pertenencia?.
Si ir solo a un teatro genera vergüenza, ¿cómo nos acercamos a un comedor popular, una movilización, una asamblea o reunión?.
Si nos sentimos rechazados por el gobierno y por los amigos, si estamos tristes, cansados y sin fuerzas. ¿Cómo vamos a seguir viviendo? Cada vez vamos a aceptar peores condiciones. Cada vez nos vamos a alienar más para no sentir.
Los espacios de militancia no están tan abiertos como antes. Como peronista, siento que no encajo orgánicamente en ningún espacio. Hay una desconexión, una dificultad para encontrar coordenadas colectivas.
Por eso, hablar de la soledad en redes sociales, aunque fue “cringe” para algunos. Me hizo bien. Cuando posteé sobre esto, mucha gente respondió que está en la misma. No somos “infelices miserables” en soledad; somos muchos sintiendo lo mismo. S lo resume así: “Hay mucha gente sola, y otros que no están solos, pero se sienten así porque la vida es trabajar, pagar cuentas, volver a casa. Hasta el diálogo con los cercanos está roto. Lo más difícil es pensar que lo que nos están haciendo, les está saliendo redondo. Quieren un pueblo triste y anestesiado y lo están logrando. Contacto cero, conexión cero, alegría cero”.
La respuesta, creo yo, no está en glorificar la soledad ni en culparnos por sentirla, ni en taparla ni en extinguirla. Que no se vuelva un eslogan ni un mandato. V propone que hagamos un “exorcismo comunitario” aunque sea; y VS menciona un proyecto en Barcelona que explora cuidados colectivos, señalando que “el cuidado individual ya no alcanza” y tampoco nos debería interesar. ML destaca la importancia de acoger a quien está solo, de romper prejuicios que nos hacen ver al otro como “el que se nos pega”. “Ahora que me toca estar sola a veces a mí, me doy cuenta de que le puede pasar a cualquiera y que no te hace necesariamente una persona rara”, dice. ¿Será que tendremos tanto miedo del significante que lo queremos lejos como si de un virus se tratará?
Un poema de Eileen Myles pregunta:
¿Saben
cuál es el mensaje de la Civilización
Occidental? Estoy sola.
¿Estoy sola esta noche?
Creo que no. ¿Soy la única
a la que le sangran las encías
esta noche? ¿Soy la única
homosexual en esta habitación
esta noche? ¿Soy la única
a la que se le murieron amigos,
y se le siguen muriendo?
Y mi arte no puede ser
financiado hasta que se vuelva
gigante, más grande que el
de todos los demás, y le confirme
al público la sensación de que están
solos. Que solos
están bien, que merecían
poder pagar la entrada
para ver este Arte.
Que tienen trabajo, que
tienen salud, que deberían
sobrevivir, que son
normales. ¿Sos normal
esta noche? Los que estamos
acá, ¿somos todos normales?
No lo sé. El primer paso quizás sea encontrarnos, reconocernos. Hacer catarsis, pensar un invento, plantar una bandera. ¿Organizamos una asamblea estrafalaria para hablar sobre la soledad? ¿Hay Buenos Aires?
por Male Saito (@malesaito)
Malena Saito escribe poesía, ejerce el periodismo cultural y estudió dramaturgia y dirección teatral en la EMAD. Actualmente colabora con Ficcialidad y Página12. En el pasado escribió también para La Tinta y sostuvo el newsletter semanal Camafeo, donde contaba historias de distintas poetas argentinas. Durante muchos años fue parte de varios programas de radio, destacándose La Guerra Suave, programa del que era locutora y productora, que buscaba difundir la literatura de las provincias en CABA. También fue productora de Leer es un Placer y fundadora de Trilce Radio.
Fue librera en distintas librerías de la ciudad. Fundó Luz Artificial, librería secreta. Produjo contenidos para festivales nacionales e internacionales como el Poesía Ya!. Actualmente brinda talleres de escritura y se pierde en la noche porteña.
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