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Cualquier jardín es Rusia entera: una obra al atardecer

  • Foto del escritor: Eugenia Starna
    Eugenia Starna
  • 15 abr
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 8 may

por Eugenia Starna


Cada día desde el equinoccio de otoño, el sol se pone unos minutos antes. Así, revelando la gradualidad del cambio estacional, el horario de Cualquier jardín es Rusia entera se modifica sutilmente de un domingo a otro. Queda una última función el 27 de abril.





Te reciben en una casa. Sí, en una casa de Parque Chas. Ya eso resulta por demás atractivo. Frente a aquella Buenos Aires en la que abundan los ruidos del tránsito o los amontonamientos en el subte, parece abrirse un universo paralelo. Una casa que bien podría ser como cualquier otra de un pueblo de la provincia de Buenos Aires, pero en Capital. Una casa que los domingos se vuelve espacio escénico, convirtiéndose en un teatro.


En el hall se puede elegir entre tomar un vaso de agua o un shot de vodka, así comienza la experiencia. Atravesando un pequeño pasillo se cruza un ventanal que va al jardín donde te envuelve una enredadera que cubre todos los tapiales. La vegetación que sube recorta el cielo con la luz que va quedando de lo que fue el día. Yo pienso: ¡Qué ciudad, Buenos Aires!



Un equipo de mujeres le da encarnadura a Cualquier jardín es Rusia entera. Con dirección de Gabi Saidón y textos de María Villar —quien a su vez actúa nos adentramos en el vínculo entre dos hermanas que, compartiendo historia familiar, son muy distintas entre sí. Sofía Palomino aparece en el techo con una mezcla de sensibilidad y desparpajo desde la que cuestiona todo, mientras María V. le da vida a una mujer que quiere anclarse en esa casa llena de objetos y de recuerdos. La capacidad —o no— de desprenderse de la materia que no pudo llegar a ser herencia, los recovecos de las historias familiares, las posesiones, la carga energética de las posesiones son algunos de los temas que aborda la obra con un texto delicioso. 


Valentina Cottet imprime la frialdad de quien no se conmueve con la tristeza o nostalgia ajena. Al menos en un principio. Todas, antes o después, abren sus gargantas para sacar la voz y cantar ya sea de forma catártica o dulce envolviéndonos a quienes estamos ahí, expectantes. Todas, antes o después, te dejan repitiendo alguna línea en tu cabeza como quien insiste en no perderse algo que acaba de escuchar. Las actuaciones, espléndidas. 


El acertado y variable uso del espacio genera una apertura de posibilidades escénicas, todas acompañadas de una iluminación preciosamente trabajada que genera distintos climas, aunque siempre íntimos. Vemos el tiempo transcurrir, el pasado brotar, el anclaje al ahora, las preguntas abrirse, las miradas chocar o encontrarse y los futuros posibles despejarse a partir, y sobre todo, de lo que no se tiene control. Nos impregnamos de la transitoriedad así como tomamos dimensión de las escalas y las perspectivas. De la familia, cómo no tomar perspectiva.


La propuesta concluye con artistas invitados que aportan un bloque musical, mientras se disfruta una copa de vino y unos knishes, y si un cielo despejado lo permite, también las estrellas en una noche porteña de barrio. Queda una última función de otoño y la recomendación es no perdérsela. 


Texto: María Villar

Dirección: Gabi Saidón

Actúan: Valentina Cottet, Sofía Palomino y María Villar

Producción, espacio y vestuario: Cualquier jardín

Producción ejecutiva: Silvina Silbergleit

Diseño de iluminación: Adrian Grimozzi

Voz del padre: Cacho Villar

Imagen flyer: Matías Piñeiro

Prensa: LK Prensa & Comunicación

Fotos: Wo Portillo





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