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Lupas porteñas

  • Teresa Gómez Poggio
  • 11 sept
  • 3 Min. de lectura


por Teresa Gómez Poggio




La iconografía de la Loba Capitolina tiene su raíz en el mito fundacional de Roma. Este símbolo, cargado de una fuerte dimensión política y propagandística, ha jugado un papel fundamental en la configuración de la identidad de la ciudad de Roma. A lo largo de la historia, la imagen de la loba ha sido plasmada en diversas representaciones artísticas.


Sin embargo, ¿alguna vez nos hemos preguntado por la influencia de esta imagen en el ámbito nacional?


Este texto ofrece un recorrido por algunas de sus representaciones internacionales y nacionales, con el fin de explorar sus implicancias en el contexto argentino.


En el Imperio Romano, los mitos cumplían un rol fundamental al conformar el marco teórico del pueblo, sirviendo para difundir tradiciones y valores, además de justificar las aspiraciones militares del Estado. Historiadores de la época difundieron el mito de la loba, que comparte elementos con otras culturas europeas, pero especialmente con la tradición etrusca-itálica, para quienes el lobo representaba un animal sagrado, un nexo entre la vida y la muerte. La circulación de monedas (didracmas), y la presencia de esta imagen en las artes mayores y menores, contribuyeron a que Roma fuera reconocida en todo el Mediterráneo con la figura de la loba amamantando a Rómulo y Remo. Con la llegada del emperador Constantino, la construcción simbólica en torno a la loba capitolina comenzó a perder protagonismo, ya que el cristianismo se estableció como la religión oficial, reemplazando las imágenes paganas por otras cristianas, como la cruz y el crismón. No obstante, durante el Renacimiento, la figura de la loba experimentó un renacer como símbolo urbano, especialmente tras la donación del Papa Sixto IV, en 1471, de una valiosa colección de esculturas clásicas de bronce, entre ellas la escultura etrusca de la loba, considerado el origen de los Museos Capitolinos.


Durante el proceso de unificación italiana en el siglo XIX, conocido como el Risorgimento, se consolidó una identidad nacional que trascendió las fronteras del nuevo Estado. En este contexto, símbolos como la Loba Capitolina —ícono del origen de Roma— fueron adoptados como emblemas de la italianidad y difundidos en distintas partes del mundo, particularmente en América Latina.


En Buenos Aires, la proyección simbólica de la loba se observa en varios puntos del paisaje urbano. Uno de los casos más destacados ocurrió durante las celebraciones por el Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910. En esa ocasión, el rey de Italia Vittorio Emanuele III donó una réplica de la Loba Capitolina original, conservada en los Museos Capitolinos. Inicialmente emplazada en la intersección de Florida y Diagonal Norte, la escultura fue luego trasladada al Jardín Botánico de Palermo. Desde allí se hicieron dos copias: una permaneció en el jardín y la otra fue trasladada al Parque Lezama, mientras que el calco original se conservó en el hall del Palacio de la Legislatura porteña.


Otro ejemplo relevante se encuentra en el Palacio Italia América, sobre la Diagonal Norte, obra del arquitecto italiano Francisco Gianotti, inaugurado en 1927. En este proyecto, Gianotti incorporó una réplica de la Loba Capitolina, como una forma de visibilizar la herencia cultural italiana en el espacio público de Buenos Aires. Este gesto no solo reflejaba el deseo de destacar los orígenes de la empresa, sino también de alinearse con el proceso de modernización de la ciudad, donde los monumentos y edificios de estilo europeo simbolizaban tanto el progreso como la conexión con el mundo occidental.



por Teresa Gómez Poggio (@jpg.cereza)




 
 
 

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