Bailarinas incendiadas: Bailar es históricamente prenderse fuego
- Ailo
- 22 may
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Actualizado: 22 may
por Ailo
Esto iba a ser una reseña, como también pensé que Bailarinas incendiadas iba a ser una obra de danza. Fue mucho más que eso, así que esto será un poco mucho más también.

Por empezar Luciana Acuña (directora de la obra) empezó a curiosear o investigar alrededor de los cuerpos decimonónicos, así se llama a lo perteneciente al siglo XIX, y más específicamente en el ballet a todos esos cuerpos estereotipados románticos, de tutús blancos largos, muertas de amor o de angustia (Sylphides, Willis, etc.) A partir de ese acercamiento al material, Susana Tambutti le sugirió que lea la investigación de Ignacio González Bailarinas decimonónicas en llamas: un ensayo sobre peligros reales e incineraciones metafóricas. Se puede leer aquí.
En este ensayo —y así también en la obra— se hace un racconto de todos los casos en que bailarinas clásicas, por accidente, negligencia o impunidad y desesperación, han muerto prendidas fuego porque sus tutús y las lámparas de gas que se usaban para iluminar los escenarios se encontraban en una danza fatal incontrolable.
La obra es una exposición performática, física, literaria, audiovisual, musical y lumínica del tema, donde participa también Matías Sendón (el gran iluminador de Buenos Aires) y explica desde su oficio didácticamente cómo se implementaron estas lámparas en ciudades y en teatros.
Vamos a lo histórico.

Hacia principios de 1800 la iluminación a gas permitió en los teatros distinguir el escenario de la platea de una manera mucho más contrastada, por un lado ponía en penumbras a los espectadores, y por otro creaba una atmósfera lúgubre o fantasmal en escena, elemento que fue usado a favor de las narrativas de los ballets componiendo así escenas espectrales, de cementerios, de almas en pena, de espíritus que levitan sobre las puntas. Con iluminación a gas me refiero a literalmente hornallas gigantes que aportaban luz, calor, y peligro extremo.
Nos situamos en París, más precisamente en l'Ópera de París, el teatro sede de la historia 'oficial' del ballet occidental. Durante varios años, desde que Luis XIV comienza a promover esta disciplina un poco derivada desde los Médici en un tráfico Italia-Francia, el ballet tiene como figuras principales a los hombres. El desplazamiento de la figura masculina y la 'feminización' del ballet se da en un proceso de casi doscientos años, llegando a ese 1800 con bailarinas-obreras-prostitutas y mercancía del teatro, hay que decirlo.

En la obra y en el ensayo se mencionan las pinturas de Degas (con perdón de la historia del arte siempre me parecieron bastante feas —ahora las entiendo como un documento histórico tétrico) como un registro histórico de los barones "les abonnés" que pagaban una membresía al Teatro para tener acceso a ver de cerca a las bailarinas en el Foyer de la Danse antes y después de la función. Claro que ellas debían acceder si estos hombres querían intimar (sí, sexo), y claro que quienes estaban en ese rol eran en su mayoría, el cuerpo de baile "les petit rats".
En este contexto de explotación, precariedad y sometimiento en que las bailarinas —muchas veces de catorce años en adelante— trabajaban, se suma un elemento mortal que hacía de un ballet un infierno: la luz.
Es así que desde la incorporación de estos elementos lumínicos y los tutús altamente inflamables que usaban las bailarinas, los accidentes negligentes no tardaron en llegar. En este periodo —hasta que la iluminación fue eléctrica— murieron grandes cantidades de personas, se incendiaron grandes cantidades de teatros, y muchas veces, bailarinas en llamas corrían en el escenario con el público de élite allí, espectando una hoguera terrorífica.
En la obra y en el ensayo, se expresan algunos de los casos más impactantes de estos accidentes, que con el tiempo fueron invisibilizados encontrándonos hoy con ignorancia absoluta sobre estas tragedias, que algunos pocos investigadores se ocuparon de registrar.

Clara Webster: 1844. Teatro Drury Lane de Londres. Función de The Revolt of the Harem (originalmente La Révolte des femmes). Primer ballet feminista. Mujeres que se emancipaban de un sultán y se escapaban. Sábado 14 de diciembre de 1844. Una lámpara de gas tomó por completo el vestido de Clara Webster en escena. Ella corrió por el escenario prendida fuego, adelante de todos. Un carpintero del teatro la tiró al suelo y rodó junto a ella, logrando apagar las llamas. Cuando ella corrió por el escenario, avivó el fuego de su vestido y lo quemó por completo. A ella, y a su cuerpo. Al público le dijeron que la bailarina estaba bien. Se continuó con el ballet. Ella murió dos días después a causa de las quemaduras.
Hermanas Gale: 1861, 14 de septiembre. The Tempest, de Shakespeare. Continental Theatre of Philadelphia. Cuatro hermanas que formaban parte del cuerpo de baile. A una de ellas se le empezó a incendiar el vestido por una lámpara de gas. Sus hermanas intentaron apagarlo. Corrieron escaleras abajo desesperadas, ambas en llamas. El fuego se propagó en diferentes áreas del teatro y entre diferentes personas. Una de las hermanas Gale saltó por la ventana del segundo piso hacia la calle. El telón se cerró, el público se fue. El incendio consumó el teatro por completo que inauguraba ese día. Once personas murieron.


Emma Livry: 1862, Ópera de París. Discípula de María Taglioni (una de las primeras bailarinas que incorporó las puntas como elemento). En Francia se había decretado imperialmente que todos los decorados y trajes del teatro sean a prueba de fuego. Tutús ignífugos, amarillentos, duros, pesado, como bañados en laca. Emma Livry se negó a usarlo, carta mediante al Director de l'Ópera de París, asumiendo toda responsabilidad ante cualquier acontecimiento. El accidente ocurrió durante un ensayo general de una Ópera, La Muette de Portici, mientras ella estaba en bastidores. Una ráfaga de viento avivó el fuego de una lámpara de gas que hizo contacto con su vestuario, y la envolvió en llamas. Ocho meses estuvo en agonía, con quemaduras terribles en su casa, esperando la muerte. Incluso en ese tiempo le preguntaban qué pensaba de los tutús ignífugos. Se oponía rotundamente porque eran horribles y pesados. Murió. 20 años.
Casos como estos hay miles, Mary Grace Swift, una escritora e investigadora de ballet expone muchos de ellos en su ensayo Dancers in flames. Ignacio González en su ensayo retoma esta investigación, y la amplía con el condimento interesantísimo de relacionar las veces que de manera metafórica se ha expresado un vínculo entre la danza y el fuego, poéticamente (Loïe Fuller, por ejemplo).

Luciana Acuña dirige esta obra donde los performers preparan este ritual-fiesta-clase de historia de la danza de una manera que no había presenciado antes en una obra. Fuimos a aprender, y a pensar. A conocer. La iluminación divina de Matías Sendón, a quien por fin pude ponerle cara —sus luces las había visto tantas veces— siendo parte también de la danza conjunta con un tutú de cisne negro. Luciana Acuña, inaugura la jornada como docente, como guía. Después despliega una danza brutal que tampoco había visto antes. Carla Di Grazia, de alguna forma todos hemos oído hablar de Carla Di Grazia, tampoco la había visto bailar en vivo. Qué libre y qué feliz que es cuando lo hace. La rebeldía de las bailarinas en ella, el disfrute. Milva Leonardi en esta función, que interpreta de una manera casi invocatoria y poseída a casi todas las bailarinas muertas. El aporte musical de Agustín Fortuny, piano, batería, sintetizadores, efectos de audio, una atmósfera incendiaria. Aplausos más para el dúo final de Luciana y Carla, y la danza del intermezzo con todos nosotros pidiendo un deseo a partir de la historia de La Telesita, una chica que murió prendida fuego bailando en Santiago del Estero. Pero esa historia, se las cuento en otro escrito. Los textos de Mariana Chaud son preciosos y justos, la iluminación y el humo, de nuevo, nos prende fuego. Una araña de tubos halógenos invoca los grandes teatros clásicos y nos trae al presente del bajo consumo.
Bailarinas incendiadas fue una clase de historia de la danza, del teatro. Un ritual de aprendizaje y pensamiento. Una forma de entender la trascendencia y la potencia de decidir bailar, de hacerlo contra toda condición laboral y con la rebeldía que requiere. Bailar es un poco prenderse fuego de la manera más sublime posible.

Hasta aquí la reseña.
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Quiero hacer una salvedad final, autorreferencial pero curiosa, 14 de septiembre, cuando mueren las cuatro hermanas Gale y se desata el desastre en el teatro de Philadelphia; 14 de septiembre cuando Isadora Duncan muere por su chal enredado en su cuello y en su auto. 14 de septiembre nací y la danza me persigue o la persigo desde que tengo uso de razón. ¿Qué pasa con ese día y las muertes o los nacimientos? Que se incendie mi danza también, con ellas, con todas.
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A la función fui con María Díaz Ringlenstein, amiga de hace años con quien bailamos juntas en Parque (2022), de Potencial de acción, dirigido por Iván Asnicar y Ailén Cafiso (yo), un corto en que la danza cuenta la historia de dos mujeres y la evolución a través de las eras. En el cementerio de Laprida. Allí también todo se prende un poco fuego.

Y un párrafo de despedida a Sylvie Guillem, que casi doscientos años después se plantó ante la dirección del ballet de l'Ópera de París por el maltrato, el control y la hipocresía. Que viva la danza rebelde, las coincidencias y las investigaciones. Gracias a Luciana Acuña por recuperar estos temas, y por educarnos en un despliegue potente y enérgico.
Terminando la noche, con Mery vimos a un vendedor callejero irse caminando con dos lámparas cálidas al hombro por la vereda de enfrente. Solo, agotado. Un vendedor de luz. La luz que ilumina no siempre arde, y las bailarinas que somos no tenemos por qué morir en ninguna época, en ningún teatro, bajo ninguna condición laboral extrema ni bajo ningún fuego que no sea el de nuestras danzas rebeldes.
Bailarinas incendiadas sigue haciendo funciones. Pueden encontrar información para verles, acá.
FICHA TÉCNICA:
Performers: Carla Di Grazia, Tatiana Saphir, Agustín Fortuny, Matías Sendón, Luciana Acuña
Textos: Mariana Chaud, Alejo Moguillansky
Coreografía: Carla Di Grazia, Luciana Acuña
Música: Agustín Fortuny
Diseño de iluminación: Matías Sendón
Diseño de escenografía y espacio: Mariana Tirantte y Matías Sendón
Diseño de vestuario: Mariana Tirantte
Video: Alejo Moguillansky
Diseño sonoro: Matías Cella
Colaboración artística y dramatúrgica: Alejo Moguillansky
Colaboración artística y coreográfica: Milva Leonardi
Fotos: Tamia Oviedo
Investigación: Ignacio González
Asistencia de dirección: Carla Grella
Producción: Gabriela Gobbi
Dirección: Luciana Acuña
por Ailo (@___ailo)
Ailo (Ailén Cafiso) es bailarina, coreógrafa, escritora y artista multimedia. Trabajó diez años como editora, primero en un grupo editorial y luego en un proyecto independiente. Creó el grupo Potencial de acción donde reúne artistas multidisciplinarios para la creación de obras de cine y danza. Co-dirigió Parque (2022), hizo La danza rota (2024) y fue una de las primeras bailarinas del mundo en experimentar con danza y NFTs. Escribe poesía, y está terminando su primera novela. Creó Ficcialidad con el fin de difundir material artístico e histórico de investigación. ailo.work
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