La vigilia de los harapos: Una noche que no termina de morir
- Manu Harriague

- 28 ago
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por Manu Harriague
Reseña sobre la exposición La vigilia de los harapos de Josefina Labourt con curaduría de Javier Villa

Creo que soy una de las últimas personas en entrar un martes a la noche. Pienso en qué insoportable debe ser para los trabajadores ver llegar gente a estas horas, pero necesito salir para encontrar algún tipo de refugio y descanso de mi mente. No se me da eso de caminar sin rumbo, tengo que tener un destino al cual aferrarme. Llego al Recoleta cuando falta una hora para el cierre —qué cosa fantástica caminar por esa calle. Un cementerio, una iglesia y el centro cultural, todo en seguidilla fina de adoquines, que hacia el final se ensancha, en una plaza poco iluminada. Frente a ellos, una hilera de bares de zona turística. Podría ser un chiste o el inicio de un gran ensayo alemán.
Me dirijo directamente al segundo anexo atravesando el patio interior y sigo a la izquierda guiada por la tenue luz. Allí se presentan las obras de Josefina Labourt, en su primera muestra institucional, y en conversación espectral con el escultor Norberto Gómez (1941 - 2021). Si digo “espectral”, es más influenciada por el halo dramático de la luz blanca dirigida sobre las obras en contraste con las paredes verde oscuro. Pero lo que espera al espectador no tiene que ver con la sutileza de figuras errantes o fantasmagorías, sino con la crudeza de los materiales que, de alguna manera, se resisten a la degradación o conviven con ella. En ese sentido la exhibición se erige sobre la tensión de una visualidad táctil. Una sensorialidad hecha de un universo de texturas.
Entro un poco para tener a dónde ir y porque ya se convirtió en algo así como un ritual. Así es la segunda vez que veo las obras, pero el silencio de las horas muertas deja lugar a una introspección más reposada. Entre algunos pasos perdidos que todavía se escuchan, me doy cuenta de detalles, cosas que no percibí en una primera mirada. Parte de mi energía dispersa se calma, me contagio de aquellos seres que reposan cansados.
Como si estuviéramos rodeados por un mobiliario vivo: los ojos realistas me siguen entre curiosos y expectantes. La disposición de las obras, con la curaduría de Javier Villa, refuerza una visión animista de estos "objetos morfos", como dirá en el texto curatorial, al construir en el gran salón un hogar enquistado, asfixiante y embrujado. Si se está desprevenido, se puede confundir a la Parrilla I de Gómez con un tejido alfombrado, pero los brillos rojizos delatan rastros de una violencia primitiva sobre un material viscoso que no se logra descifrar del todo. En el pasaje de aquella a Resistente (1983), se oscurece la escena y cuesta sostener la mirada. Se trata de una escultura del despojo: el esqueleto de quien es obligado a sostener en perpetuidad sin importar la inutilidad de su tarea. A medida que avanzamos en la sala se van revelando las costillas detrás de las formas suaves.
Las obras de Labourt se concentran en la superficie de la piel, pero esa piel no es tersa, no se despliega suavemente sobre un cuerpo perfecto. Es corteza, es concha marina, y manto duro que deja al descubierto su textura, sus manchas, granos y heridas como testimonio de vida. Incluso en aquellas piezas que responden a un formato más tradicional de cuadro, como ocurre en Paisaje de piel y del paso del tiempo (2021), el óleo se esparce haciéndose tan fino como la piel envejecida y pigmentada de tenues azules. A la distancia se pueden reconocer los surcos de sus venas. A la manera de injertos de piel colgados, en otra obra de 2017, Deseo e incapacidad, la artista utiliza distintas capas rasgadas de gasa, debajo de las cuales se entrevén manos entrelazadas como cadenas e hilos de pelo como sutura. Una convivencia de figuras que evocan el entramado simbólico entre los vínculos afectivos y sus cambios. Pero bajo un tono general enrarecido. En otras obras llegamos a encontrar las múltiples máscaras de una presencia que persiste en aparecer como en Los caminos del agua (2024) o en Hinchadx y marcadx (2021).
El uso de una misma técnica a partir de la resina hermana a ambos artistas como escultores de un proceso específico: contorsionan y encapsulan los materiales originales bajo una forma que les es extraña. La membrana de acabado brilloso transparenta las distintas implicancias simbólicas de la objetivación de los cuerpos y su memoria física.

En el pasillo continuo se encuentran la mayoría de las obras bidimensionales donde ahora sí se muestran sus distancias. Se presentan, por un lado, las formas derretidas en lápiz y tinta, en tensión con las esquinas filosas de las figuras abstractas de Gómez. Y por el otro, los collages de Labourt. Sobre la superficie del papel refuerza la fragmentación y la heterogeneidad en tono humorístico, con unos ojos enormes en distintos objetos. Se encuentran conexiones con algunas de las obras del salón principal como Iluminada y eterna, endurecida y tranquila (2023), formada por cáscaras de huevo de colores pasteles, pestañas postizas, una esponja y toallas. En este encuentro se revela el costado más juguetón, incluso tierno. Porque apreciamos los detalles de existencias vulnerables.
Antes de salir, hago una última mirada general del lugar, como si hubiera algo hipnótico y morboso reteniéndome ahí. Una boca de cartapesta parece suspirar angurrienta pero en la convivencia con los demás, ese deseo de la carne por la carne, en un paisaje de cuerpos dolientes, se vuelve extremadamente perturbador. Y la ironía en tanto un procedimiento retórico en relación al mundo, se torna más bien exhumación dolorosa de su tiempo. Todo vuelve a uno en extrema claridad e intuye que no hay lugar para el descanso sino solo estoica resistencia.
¿CUÁNDO Y DÓNDE?
La vigilia de los harapos, de Josefina Labourt
Centro Cultural Recoleta (Junín 1930)
Sala J
Martes a viernes de 12 a 21 hs
Sábados, domingos y feriados de 11 a 21 hs
Hasta el 12 de octubre
por Manu Harriague (@manu.harriague)
Entusiasta espectadora desde el teatro de títeres de su infancia, ahora persigue esa misma emoción en cada espectáculo. Tras un breve paso por la Licenciatura en Letras, fue virando por distintos talleres de escritura, donde experimentó con dramaturgia, narrativa y poesía. En cada espacio descubrió una manera distinta de atravesar el mundo, trazando un dispositivo mutable de creatividad. Más adelante, encontró en la curaduría una confluencia transdisciplinar de esos intereses y preguntas. Actualmente, está finalizando la Licenciatura en Curaduría en la Universidad Nacional de las Artes.



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