Lengua, lengua, lengua: Para (no) morir de literalidad
- Manu Harriague
- 26 sept
- 5 Min. de lectura
por Manu Harriague
“En la cocina, las Leonoras se inclinan sobre el hervor
de las cazuelas en las que echan hierbas del jardín, pelos de los ocho gatos,
mechones de su propio cabello, hongos y flores”
Leonora (2013), Elena Poniatowska

De por sí la premisa de dos brujas infiltrándose como monjas en una abadía para rescatar a una inocente mortal de la hoguera debería ser suficiente para despertar por lo menos la curiosidad. Pero ¿si te digo que, además, te la pasas riendo durante toda la obra?
Lengua, lengua, lengua, con dramaturgia y dirección de Carolina Mazzaferro, reinterpreta el período de la caza de brujas desde un prisma contemporáneo. Traza asociaciones entre universos semánticos ricos en referencias populares, recupera arquetipos, tradiciones y lugares comunes, con el fin de integrarlos, desarmarlos o directamente dinamitarlos.
La autora podría convocar imágenes de juicios, persecuciones; propiciar un ambiente general de indignación y dolor, con razón. Sin embargo, se mantiene a lo largo de la obra un registro lúdico de la historia vehiculizada a través del material maleable del lenguaje, sin por eso dejar de lado la profundidad de la mirada crítica.
La figura de la bruja amalgama componentes ficcionales e históricos de cómo eran vistas y tratadas las mujeres fuera de norma. La fantasía exacerba el ostracismo y el miedo ante aquellas que, a los márgenes de sus pueblos y ciudades, practicaban formas alternativas de organización y devoción.
Aparecen de forma recurrente en distintos géneros artísticos dando cuenta de una gran circulación en el inconsciente colectivo. Encontramos representaciones de las más variadas, por ejemplo, en los libros de Roald Dahl, o en los aguafuertes de Goya. Se las ve habitando los páramos de Macbeth o trabajando en San Francisco, como las hermanas de Charmed. Seguro todos tendremos alguna en mente. Cada nueva interpretación trae consigo algo de las anteriores y refuerza una u otra característica: el uso de la magia, su capacidad oracular o creativa, su fealdad o maldad. En ese sentido, darle el protagonismo de la escena significa tomar una serie de decisiones para nada inocuas.

¿Cómo, Mazzaferro, traduce eso? ¿Qué elige contar? Bueno, ahí está el valor y el riesgo, que es el de siempre, el más obvio, quizás, el de cristalizar el movimiento continuo del objeto y su imaginario, sin proponer nada nuevo. Y de eso creo que sale airosa (¡triunfante!). Logra crear un sistema propio dentro de la densidad cultural ya establecida. La diferencia lingüística se convierte en el eje estructural que le da sentido a su representación, a la vez que pone en tensión el artificio del dispositivo teatral desde la comedia.
El conflicto inicia cuando las exquisitas recetas de la panadera Alba la ponen bajo sospecha. Su habilidad parece ser de otro mundo, incluso mágica. El espacio de la cocina es emparentado con la alquimia en varias expresiones culturales, como en las pinturas de Leonora Carrington. Se exponen las similitudes de aquellos lugares donde la transmutación de ingredientes es capaz de alterar la naturaleza de las personas.
En la obra esta relación gana fuerza en el momento en que se menciona la historia local, recuperando el origen anarquista de los nombres de las facturas. De ese modo, se entretejen distintas capas de significado, así como formas de resistencia y militancia política.
— Un suspiro de monja pasa de mano en mano, en clave de deliciosa revolución.
En este universo, el uso de una forma lírica vía metáfora o la rima se convierte en indicio de brujería. ¿Podría ser una señal de desvío, sólo cuestión estilística? Así como la levadura hace leudar la masa, el ritmo le da sabor al gualicho certero y la picardía hace fluir las risas. El humor se vuelve efectivo en la ambigüedad que las mismas palabras abrazan, creando imágenes evocadoras como “la lluvia de migas". En contra del uso sugerente del lenguaje, se impone la austeridad y la literalidad de la prosa de las religiosas. Justamente en esa oposición se juega el vínculo de la lengua con el disciplinamiento, las hechiceras desafían las formas en que el poder se imprime en los cuerpos de las feminidades.

Las acciones más excesivas y delirantes parecen nacer influenciadas por esos espacios materiales y simbólicos, claustrofóbicos y opresivos, donde las religiosas caen rendidas ante sus propios placeres y ambiciones individuales. La pasión por Cristo se acerca al erotismo místico; la limpieza cristiana llega en forma de bebida espirituosa; y la envidia se amplifica en el gesto grotesco.
No hay un solo segundo desperdiciado de los 75 minutos que dura la obra. En los entreactos Zahúrda (Caro Go) mueve la escenografía de forma payasesca mientras interpela directamente al espectador, rompiendo la cuarta pared. Ingresamos en una dinámica del orden de la confidencia y encontramos un guiño en el medio de la trama (¡cuidado con el tacho de luz!). En esas transiciones también gana protagonismo Sofía Gambino, que se encarga del diseño sonoro en escena, redondeando el remate del chiste con un oportuno efecto, o convirtiéndose en la interlocutora compinche de la improvisación de Go.
Lengua, lengua, lengua hace de lo comunitario teatral un aquelarre divertido, trayendo discusiones que se deslizan hacia lo político desde el principio. Recordamos que el drama comienza con Eda y Rosetta recogiendo leñas y hojarasca para la hoguera, en duda sobre qué acciones son válidas para salvar a alguien. En definitiva se preguntan, ¿qué hacer ante el abuso del poder institucional?
En ese sentido no ofrece respuesta, ¿cómo podría? Pero demuestra que el humor no es fácil, ni superficial, sino que puede sintetizar el ridículo y la hipocresía de la autoridad. Una capacidad insidiosa, por lo menos, que se cuela por los resquicios de las murallas más duras. Ahora las brujas hablan por sí mismas, cuentan su propia historia. Y como el bufón de la corte, ante la espada de la literalidad, optan por el discurrir jugoso del verso (y la risa).
FICHA ARTÍSTICA
Elenco: Joaquín Sesma, Jazmín Broitman, Maite Rodríguez Chietino, Rosana Lamanna, Claudia Quiroga, Ana Antony, Caro Go / Diseño sonoro y música en vivo: Sofía Gambino / Asistencia de sonido: Tomás Stagnaro / Diseño de escenografía: Maricel Aguirre / Diseño de vestuario: Paula Ameri / Diseño de iluminación: Lía Bianchi / Asistencia de iluminación: Nadia Farías / Asistencia de dirección: Malena Vince / Producción: Guadalupe Cruz / Dramaturgia y dirección: Carolina Mazzaferro.
por Manu Harriague (@manu.harriague)
Entusiasta espectadora desde el teatro de títeres de su infancia, ahora persigue esa misma emoción en cada espectáculo. Tras un breve paso por la Licenciatura en Letras, fue virando por distintos talleres de escritura, donde experimentó con dramaturgia, narrativa y poesía. En cada espacio descubrió una manera distinta de atravesar el mundo, trazando un dispositivo mutable de creatividad. Más adelante, encontró en la curaduría una confluencia transdisciplinar de esos intereses y preguntas. Actualmente, está finalizando la Licenciatura en Curaduría en la Universidad Nacional de las Artes.
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