Los bienes visibles: La herencia como aquello que no podemos desoír
- Nicole Popper
- 2 may
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Actualizado: 8 may
por Nicole Popper
Presenciar Los bienes visibles es como despertar de un sueño vívido y complejo: una vez que termina, deja en el cuerpo una sensación de conmoción total. Una obra que no teme nombrar temas como la vejez, el deterioro y la muerte, pone en relieve las contradicciones más humanas. La fiesta al lado de la tragedia, el humor al lado de la pérdida, el baile al lado de la silla de ruedas, el sarcasmo al lado del dolor más crudo e innombrable.

La obra plantea un procedimiento de alto contraste: tres intérpretes actúan según el verosímil naturalista, mientras otros tres intérpretes forman parte del coro y aportan la musicalidad y el factor paródico. En esa confrontación se dirimen también las contradicciones de estos personajes.
Porque aquí no hay nada obsceno (en el sentido etimológico de la palabra que indica aquello que no se puede mostrar en escena). El ocaso del cuerpo, el abandono, el sexo en la vejez, el uso de los pañales, el olvido y la humillación se mezclan con un ritmo bailable, con melodías pegadizas; en fin, con lo más vivazmente espectacular.
Esta obra se describe a sí misma como “un drama sonoro”, y es que es indudable que el sonido es el recurso estrella de esta pieza. La música es textura, es texto, es acción, es paisaje y es el vehículo definitivo para conmover. Porque no es fondo, sino parte fundamental.
“Si no podés decirlo, cantalo” dice el coro, presente en todo momento de la obra, envolviéndonos desde el perímetro y luego atravesándonos espacial y emocionalmente. Porque la premisa puede tener que ver con eso. Hay cosas que no se pueden nombrar. Y la música probablemente sea un salvataje entre tanto vacío.
Hay momentos de esta experiencia en los que la irrupción musical parece generar un efecto irónico, pero a la vez también enfatiza, recrudece, profundiza. Y a decir verdad, ¿qué es el dolor sino una parodia de tiempos felices? La música sabe mucho de generar distancia para analizar a la vez que nos acerca al drama más profundo. ¿Qué es la muerte sino ese ritmo que pulsa subyacente en todo lo que hacemos?
Se suele decir que los oídos, al contrario de los ojos, no pueden cerrarse. Y es por eso tan efectivo el procedimiento. Hay cosas que no podemos dejar de percibir, están ahí, pujando por atravesarnos aunque queramos ignorarlas. Que vamos a envejecer, que eventualmente vamos a perder a nuestros seres queridos, que hay heridas que el tiempo no borra, que hacemos lo que podemos con lo que nos toca.
El ruido constante opera fuertemente en este sentido: en la obra todo sonido es producido en vivo y parece evocar el runrún de nuestras cabezas, de nuestros recuerdos, de nuestros fantasmas. Entre jingles de geriátricos y palabras que una vez pronunciadas resuenan para siempre (“me da lástima”, dice un hijo sobre su propio padre, y el coro inclemente repite la palabra “lástima” como un eco cruel), se nos invita a perder la cordura de a poco, a entregarnos a este drama sin oponer la menor resistencia.

El uso del espacio en esta obra no es convencional, los actores se mueven entre los espectadores, que tenemos que estar activos para no perdernos de nada. Estar entre los intérpretes genera una universalización del relato. Estamos ahí todo el tiempo. Nos vemos las caras de confusión y plena conmoción. Esta disposición nos impide reclinarnos cómodamente y simplemente asistir pasivamente a la función. Es imposible huir de esta historia, que también es la nuestra. ¿Quién no vio morir a un ser querido? ¿Quién no tuvo que afrontar las dificultades de ver a una persona cercana en estado de absoluta fragilidad? Como público, somos personajes también de este relato y nos es inevitable pensar en nuestras propias familias.
También, a su vez, se nos trata como testigos. Los personajes se confiesan en monólogos acompañados de fotos familiares. Pareciera ser que nos quieren demostrar que tienen las mejores intenciones, que cada uno hace francamente lo que puede con lo que tiene, con lo que hereda.
Los bienes visibles pone en escena aquello que no se puede tolerar: la desintegración del cuerpo, la huida de una mente que ya no responde como antes, el dolor, la pérdida de dignidad y autonomía. La muerte no como salvación, sino como punto de inflexión en una historia, en cada historia, en todas las historias. Todos temas que solo pueden convertirse en música, en sonido, en intentos no lineales de abarcar aquello de lo que solemos huir.
El humor parece distanciarnos por momentos del drama particular de estos personajes, para ayudar a adentrarnos en el drama universal, y así también en el propio. Porque esa separación que propone lo espectacular, no evita que nos conmovamos con cada sonido, texto y movimiento. Se rompe el decoro, se dice bien fuerte lo que no se suele decir. Y cuando no se puede con tanto dolor, se baila. El cuerpo lleva consigo lo que la mente no puede procesar.
La contradicción se aborda, se expone, se enuncia, se grita, se canta, no se omite. Porque en esta obra la muerte no es sinónimo de redención. No lava culpas. No sana. No remienda lo que está roto. En esa desacralización, nos enfrenta a las miserias humanas más sinceras.

Este padre, que en el capítulo final de su vida sigue operando como la presencia más viva de todas, sostiene que “los padres son prescindibles”. Pero entonces, ¿por qué sus hijos están anclados a todo lo que constituyó su presencia —falta de ella— en la niñez y adolescencia? Esas heridas abiertas pujan sin perdón hasta el último momento, no exentas de contradicciones y culpas. Quizás la herencia sea aquello que vemos en escena: esas voces que hablan por nosotros, esas memorias que no alcanzan a justificar tanto dolor ni a llenar la ausencia.
Los bienes visibles adquiere su potencia planteándonos que lo ficcional no es contrario a la realidad. Que esas paradojas son la vida misma. Porque cualquier persona que haya atravesado un duelo sabe que esos momentos alojan los episodios más tragicómicos, confusos, luminosos y lúgubres. Todo está ahí: la vida, la fiesta, la culpa, la identidad, el arrepentimiento, las cosas que no fueron y no serán nunca, Y el final. No como un punto definitivo, sino como una fuga “a mil kilómetros por hora” hacia el infinito, que arrasa con todo lo que estaba quieto.
“¿Qué es la vida?” es una pregunta que aparece y queda rebotando sin respuesta. ¿Qué es la vida sino una convivencia entre el relato que nos armamos y la tragedia imposible de representar?
Si como dice el personaje del padre “la familia es una cárcel”, el teatro es el lugar donde vamos a liberarnos de la opresión de la solemnidad. A través de la ficción, nos permitimos ver y oír las cosas como son: todas juntas, todas mezcladas, todas verdaderas.
Lunes 21:30hs en Dumont 4040
FICHA TÉCNICA:
Dramaturgia: Juan Pablo Gómez
Intérpretes: Enrique Amido, Patricio Aramburu, Anabella Bacigalupo, Andres Granier, Guadalupe Otheguy, Agustina Reinaudo, Carolina Saade
Vestuario: Roberta Pesci
Iluminación: Santiago Badillo
Sonidista: Pablo Leal
Espacio escénico: Santiago Badillo
Fotografía: Pigu Gomez
Diseño gráfico: Malala Valentini
Casting: Casting Club, Nati Lisotto, Matias Navarro, Juan Risso
Asesoramiento en sonido: Ernesto Fara
Asistencia de dirección: Manon Minetti
Arreglos corales: Guadalupe Otheguy
Producción: Brenda Lucía Carlini
Colaboración autoral: Diego Materyn
Colaboración artística: Mariana La Torre, Andrés Molina
Colaboración coreográfica: Mariana La Torre, Andrés Molina
Dirección musical: Juan Pablo Gómez, Guadalupe Otheguy
Dirección: Juan Pablo Gómez
Agradecimientos: Lucía Adúriz, Lucrecia Amido, Daniel Cano, Hugo Chernicoff, Guillermina Etkin, José Guerrero, Paloma Lipovetzky, Fernando Madanes, Eleonora Pascual, Damiana Poggi, Mariano Sayavedra, Florencia Schrott, Alfredo Staffolani, Gadiel Sztryk
Composición Sonora: Guadalupe Otheguy
por Nicole Popper (@nicole.popper)
Nicole Popper es actriz, directora y dramaturga. Estudió Actuación y Dirección teatral en la UNA y se formó en Dramaturgia en la EMAD. También escribe poesía. Como autora y directora, estrenó Pájaro en mano (2016) y Targlok: sobre las reglas terrícolas (2018 y 2022). Actuó en teatro y en tele, y en 2023 la nominaron a los Premios Hugo por su actuación en Llega la mañana. Ahora está ensayando Max Garita, su próxima obra como dramaturga y directora, a estrenar en noviembre en Espacio Callejón.