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Las cargas: la tragedia de la insistencia se vuelve procedimiento

  • Foto del escritor: Nicole Popper
    Nicole Popper
  • 28 abr
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 8 may

por Nicole Popper


“No te puedo seguir si me cambiás de tema cada 5 minutos” dice el personaje interpretado por Lucas Crespi, y devela el propio funcionamiento de esta obra en donde no importa tanto el texto como la intensidad y el determinismo de los vínculos que repiten siempre los mismos patrones.



Las cargas nos expone eso, un mecanismo sobre las relaciones en sí. No es tan relevante entender el conflicto de cada escena, sino leerlo como un pretexto para mostrar aquello que no podemos controlar. ¿Qué sucede cuando la otra persona falla en cumplir mis necesidades? ¿Qué pasa cuando la impotencia de forzar una respuesta en el otro no solo es insuficiente sino que se instala por debajo de todo lo que hacemos como un explosivo subterráneo a punto de detonar?


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Vemos la obstinación constante de cada persona sobre otra, la fórmula hecha para el fracaso: yo quiero algo de vos y vos no podés, o no querés. Esa carga que imponemos sobre los demás es una lucha cuerpo a cuerpo en cada vínculo. Un ideal imposible de llenar. Una caja vacía que siempre está presente, que configura los límites dentro de los cuales podemos movernos. En este punto, la escenografía en su sencillez opera como metáfora perfecta de lo que cargamos con nosotrxs y persiste no importa qué intentemos hacer con eso.


La violencia contenida que cada persona impone en la otra, esa absurda expectativa inalcanzable, devela que fallamos constantemente al relacionarnos. Por eso en esta obra, el pecado es disculparse. “No me pidas perdón” funciona como un leitmotiv: si me pedís disculpas, me exponés en mi propia incapacidad. 




En Las cargas no hay una identidad fija:

cada uno de los tres intérpretes —impecables en su trabajo— actúan como cuerpo que aloja diversas maneras de vincularse. A veces toca ser el que demanda, otras veces el demandado. Los roles fluyen en un devenir sobre esos cuerpos que permanecen. No hay claridad, pero sí hay contundencia. Porque las excusas siempre se transforman, el texto es un pretexto distinto en cada fragmento, pero son los cuerpos los que cargan. Y vaya que cargan


La rotación de personajes funciona como la utopía imposible de reiniciar los vínculos, de probar otra configuración de lo posible, pero es en vano: uno siempre termina incurriendo en sus propios fracasos.


Una puerta abierta durante toda la obra funciona como manera de alojar lo indescriptible. Cada vez que un intérprete sale, vuelve transformado en otro personaje. Esa extraescena opera como posibilidad —frustrada— de volver a empezar bajo nuevas formas. No importa cómo regrese ese cuerpo, sigue cargado, y con la voluntad de volcar esa carga sobre los demás.


En esta obra hay densidad y hay solidez sobre aquello que no se nombra pero se intuye. Sobre esa acumulación de lo que pretende contenerse pero sucede inevitablemente una y otra vez. 


El procedimiento escénico es evidente: ningún conflicto se resuelve ni se abandona, sólo se reanuda en la próxima disposición de cuerpos en el espacio.


Hay muchísimas huellas interesantes de capturar. Por ejemplo, al personaje interpretado por Laura Nevole le faltan ciertas palabras. Tiene una obsesión anclada en esa ausencia. Y esto evidencia lo que pasa constantemente en esta obra: la insistencia sobre lo que no se puede. Y ahí hay una pista interesante sobre el lenguaje. Porque los conflictos parecen ser disparados por los catalizadores más arbitrarios, demostrando que la palabra no es universal, es particular en cada vínculo. Ese subtexto que motoriza cada situación no es lógico ni lineal, pero vibra por debajo de esos cuerpos que sin poder estallar, siguen cargando.


Se trabaja constantemente con lo que no se entiende, con lo que no se nombra, con lo que no se escucha, con lo que se sobreentiende. La palabra gira en falso en las relaciones. No vehiculiza más que frustraciones y agotamiento. 


¿Y qué pasa cuando no hay subtexto? En cierto momento, el personaje interpretado por Pablo Chao le dice muy claramente a los otros dos: “Te quiero matar” y “Te quiero mucho”. Dos de los mensajes más inconfundibles en las relaciones humanas. Pero, aunque para el público es clarísimo, los otros personajes no pueden entenderlo. No importa la repetición ni la intensidad. No lo entienden. La palabra estalla frente a sus caras y aún así, es imposible para ellos acceder. La comunicación está rota. 


Entregarse a una obra así, con su ritmo preciso, su intensidad expresiva y sus zonas ambiguas pero impresionantemente poéticas, es de esas experiencias que recomiendo ir a buscar al teatro. Las cargas es una obra que, gracias al trabajo magistral de actuación y dirección, no te pide entender, pero te lleva a comprender.



Las cargas se presenta los sábados a las 20hs en Casa Teatro Estudio (Guardia Vieja 4257). Las entradas se consiguen aquí.



FICHA TÉCNICA:

Dramaturgia: Christian Garcia

Actúan: Pablo Chao, Lucas Crespi, Laura Nevole

Vestuario: Lara Sol Gaudini

Escenografía: Darío Coronda Kartu

Diseño de luces: Ricardo Sica

Asistencia artística: Ignacio Arroyo

Prensa: Valeria Franchi

Producción ejecutiva: Cintia Zaccolo

Producción: Casa Teatro Estudio

Dirección: Christian Garcia


por Nicole Popper (@nicole.popper)


Nicole Popper es actriz, directora y dramaturga. Estudió Actuación y Dirección teatral en la UNA y se formó en Dramaturgia en la EMAD. También escribe poesía. Como autora y directora, estrenó Pájaro en mano (2016) y Targlok: sobre las reglas terrícolas (2018 y 2022). Actuó en teatro y en tele, y en 2023 la nominaron a los Premios Hugo por su actuación en Llega la mañana. Ahora está ensayando Max Garita, su próxima obra como dramaturga y directora, a estrenar en noviembre en Espacio Callejón.




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