Sueños de un cuerpo en nacimiento
- Manu Harriague
- 2 jul
- 10 Min. de lectura
Prácticas artísticas en los límites de lo humano
por Manu Harriague

Cuando llega la oportunidad de escribir esta nota, vuelvo a la biblioteca para encontrar mi edición de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary W. Shelley. Antes de empezar la novela, leo, creo, que por primera vez, el prólogo de la escritora argentina Liliana Bodoc, y me doy cuenta de que en unas pocas páginas logra explicar el por qué de la relevancia de la novela hoy en día. Incluso en términos de la emoción que pudiera generar, como esperaba Shelley según su introducción:
Debía ser terrorífico, ya que absolutamente terrorífico debería ser el efecto de cualquier esfuerzo humano para burlar el mecanismo estupendo del Creador del mundo. Su éxito debía aterrorizar al artista; este debería escapar de su odiosa obra golpeado por el horror. (pág. 17)
Bajo la terrible sombra de Prometeo, castigado por su insubordinación, la voluntad creativa se convierte en desvío del orden y, por ende, en un acto monstruoso en sí mismo. Bodoc, centurias más tarde y desde otra geografía, centra el conflicto en la relación que se construye entre el titiritero y el títere, entre el científico y el monstruo. Ella describe esta relación en términos simbióticos: una naturaleza híbrida con una dimensión espiritual, “un hilo conductor que con un alma en cada extremo” (pág. 6), y otra orgánica, “la novela de Mary Shelley es como un sinuoso y terrible cordón umbilical” (ibid.). Esta oscilación de la voz principal entre el creador y lo creado propicia un estado de indeterminación identitaria. En un mismo movimiento se revela el agenciamiento de la criatura en su propia autonomía y se subvierte el orden establecido entre dueño y propiedad.
En ese sentido, el miedo radica parcialmente en la sublevación del monstruo, una idea semilla que la ciencia ficción después se encargará de enmarcar dentro de un horizonte apocalíptico. Así como también revela la arista monstruosa de todos aquellos racionalistas, recordando al Dr. Jekyll y Mr. Hyde de R. L. Stevenson. Acá, sin embargo, recuperamos la idea de criatura por sobre monstruo para abrir el campo imaginario hacia nuevas prácticas que articulen la artificialidad y la invención desde posturas contestatarias. Desde este lado surge la posibilidad de rehacerse o reinventarse, con el uso de tecnologías en un sentido amplio, mientras se construye una nueva voz interior.
Teniendo en cuenta las resonancias simbólicas en la cultura popular y también sus reactualizaciones, presentamos artistas que buscan materializar objetos, organismos y seres divergentes y profundamente desafiantes. En sus obras recuperan algo del espíritu indómito presente en la novela. Son aquellos que, a través de técnicas diversas, diseñan morfologías y anatomías que siembran puntos de fuga acerca de la identidad y la consciencia.
Laboratorio: tecnologías de la mutación
Retomando la cita de Shelley, no parece casual que haya hecho un paralelismo entre el trabajo científico y el artístico. El arte y la ciencia mantienen vasos comunicantes en cuanto a la exploración de la materia y sus potencialidades. En ese sentido, vemos cómo se anudan los espacios del laboratorio y el taller, en una escenificación de densidad simbólica que se interroga por el diseño humano y su entorno, más allá de la realidad dada.
Entre las primeras disciplinas y estudios específicos sobre el cuerpo, en relación con las artes visuales, aparece la medicina. En la actualidad, se pueden encontrar diversas obras que citan referencias afines en la historia del arte, como Lección de anatomía del doctor Nicola Costantino (2015), de Nicola Costantino. O ficcionalizada con base a la biografía de la misma artista en el caso de Taller (2010) de la serie “Nicola y su doble”, que hoy forma parte de la muestra “Fábula de la Razón y otras realidades posibles” en el Palacio Libertad. En esta fotografía la artista es retratada embarazada en un laboratorio donde coexisten elementos propiamente artísticos como pinceles y acrílicos, y también mecánicos. En un ambiente gris, apagado y hostil se configura una dinámica de poder entre la artista y el cuerpo desnudo de su doble (la Artefacta), que yace en una silla de ensamblaje u operaciones. Pero poco a poco esta búsqueda por la semejanza con la original inducirá a la sospecha.

La “naturaleza” doble del cuerpo objetivado de la criatura plantea particularidades de una experiencia vital que condensa lo orgánico y lo artificial. De esa manera, otra de las cuestiones centrales del libro será de orden estético: la manera en que la criatura es presentada a los ojos de la sociedad. Una problemática que señala una hegemonía de los cuerpos, la alteridad y su relación con el poder institucional. En el prólogo, Bodoc da cuenta de su representación en el cine como “un collage biológico con algunas costuras a la vista” (pág.6). A lo largo de las manifestaciones culturales los “defectos corporales” eran tratados como señales físicas de un carácter desviado. Obedeciendo a la tradición positivista, se hizo motivo y sistema para la rápida identificación institucional sobre el individuo.
La medicina aportó además las primeras tecnologías de intervención sobre el cuerpo: las prótesis, pensadas primordialmente como instrumentos de asistencia. En virtud del diseño personal actual y de la creciente imbricación en nuestra vida cotidiana de distintos dispositivos sensoriales, esta noción se complejiza y amplía. En las artes visuales estos aparatos son retomados estética y simbólicamente.

Esta reconfiguración del dispositivo es puesta en juego en clave lúdica y experimental por Emilia de las Carreras en la serie Prótesis mitológicas. En sus piezas combina elementos símil piel, chapitas, alambres, costras y crustáceos, para ensamblar una anatomía que se escapa de los parámetros funcionales normativos y al idealismo de la figura tradicional, respetando sus propias formas. En las fotografías se le da un valor al objeto como tal en una insistencia por dejar a la vista sus costuras, protuberancias e imperfecciones.
En sintonía con estas exploraciones, Queerborg (Lila Llunez), trabaja los vínculos entre la sujeción y las corporalidades disidentes a partir de la producción de móviles con cadenas de las que cuelgan láminas de látex curado, maquillaje y uñas postizas que dibujan la silueta de un ser desarmado. Como performer realiza acciones que se inspiran de las teorías transhumanistas. Interpretando criaturas en plena metamorfosis, por ejemplo, cuando, llevando a cuestas su caparazón translúcido irrumpe en los pasillos de arteBA. Entre las galerías se desprenden pedazos de piel. O en Confabulación del cuidado multiespecie (2023) que se sirve del audio del documental de Donna Haraway para transponer e imaginar ese ser simbionte monarca de la que escribe la filósofa. En un fondo de azulejos celestes y enmarcada por una única luz blanca frontal vemos cómo LLunez en transforma en el personaje de pequeñas alas Camille II. Que se arregla y se deshace de partes de su cuerpo para después atender pacientemente la gran membrana que cubre sus extremidades inferiores. Hacia el final se van descubriendo las nuevas generaciones de seres híbridos.
En una celebración de una subjetividad impropia y comunitaria, las acciones resaltan la vulnerabilidad, el cuidado minucioso y la proyección de horizontes razonados y sensibles.
Intuiciones de un mundo en común
Esta voluntad de crear redes e imaginar vínculos interespecie emerge en el marco de una urgencia por desactivar las lógicas extractivistas de la modernidad (entendida como la matriz de pensamiento que se desarrolla en este período), y que a su vez conlleva la crisis de la figura del hombre como medida de todas las cosas. Traigo, en ese sentido, la reflexión del artista Elian Chali disponible en el blog de la editorial Caja Negra bajo el nombre de “La máquina de hacer emocionar - La inteligencia artificial, lo humano y el arte” (2023). Allí se deslinda un poco de las polémicas alrededor de la inteligencia artificial (IA), o se sirve de ellas, para profundizar en la posibilidad de perseguir la democratización de los desarrollos técnicos futuros en relación a su uso en la práctica artística y el proceso creativo.
Además, señala cómo el mismo concepto de autoría en el campo del arte limitó ciertas interpretaciones al analizar los efectos y su injerencia en la producción de símbolos. Problematizando la idea de singularidad humana y atravesado por la militancia disca, dice: “Me pregunto si podemos pensar la inteligencia artificial desde una perspectiva crip-queer para desorganizar lo ‘humano’ como lo dado y retomar la relación con las tecnologías como instrumentos de alteración del cuerpo”. Es especialmente interesante la invitación a desorganizar la idea de creación, lo cual implicaría des-jerarquizar el orden humano y su accionar sobre el mundo. Incluso en su capacidad para generar ficciones. No es por eso menos crítico sobre los efectos que pueda acarrear, sino que, por el contrario abre el espacio para que se ensayen otras preguntas desde la incertidumbre, necesariamente.
En sintonía y por virtud del algoritmo, encontré el perfil de Francisco Carranza, donde comparte una serie de videoensayos que exploran la contaminación de lo real humano y lo real máquina. Lo poderoso de sus registros se apoya en las posibilidades del dispositivo y su recepción. En la superficie de la pantalla, vemos a un operador que manipula al muñeco o títere. Las interacciones y el acercamiento que fomenta son más bien curiosas. Ambos, dentro del espacio visual y virtual, producen una imagen que después es intervenida por un programa de IA, y genera en los puntos de contacto deformaciones: se funden las manos, las pieles, se pierden los bordes, volviéndose indistinguibles el uno del otro. En Ensayos sobre una resurrección vemos un saludo y un fuerte abrazo, sonríen, acogidos en un ambiente casero. Momentos después presenciamos los intentos de armado y rearmado del nuevo cuerpo, ayudado por aparatos ortopédicos. A partir de la manipulación de la grabación, la supuesta dominación sobre el objeto se altera.
En estas visiones todavía reconocemos las huellas, perfiles y siluetas de nuestros pasos. Sin embargo, también aparecen imaginarios que transitan el vértigo del vacío. La sala de operaciones de Constantino, antes cargada del polvo de la historia, ahora se presenta como parte de un sueño de muerte en Obito display (2018) del artista tucumano Benjamín Felice. Nos encontramos ante un escenario propiamente hospitalario con una cama suspendida en un entorno totalmente aséptico de luces blancas fluorescentes. Un lugar sin tiempo donde

vemos cuidadosamente clasificados los órganos de un cuerpo que ya no está. La despersonalización de la habitación imaginada evoca una autopsia o una vivisección. En el brillo perturbador del dispositivo, se percibe una amenaza. Y no tan lejano es el caso de Tinno Circadian, artista uruguayo que desembarcó en este lado del río, con una muestra a principios de año en la galería La Peluquería. Durante la cual se exhibió una pieza de su serie Objetos Intemporales, obra Sin título (2024-25) que amalgama en resina epoxi elementos tan heterogéneos tales

electricidad, hierro.
como una piedra de basalto, un panal de avispas y una placa Mac 2012. Una convivencia llamativa, como si las geometrías informáticas y sistemas de insectos obedecieran a un mismo circuito Madre. Los objetos mantienen figuras reconocibles pero reorganizadas de tal manera que nos obligan a preguntarnos sobre la convivencia de la naturaleza con nuestros restos, pero sin nosotros. Formas que se acercan a los desechos tecno-fósiles, aquellas entrañas geológicas de la resaca de la actividad humana.
En vísperas de la sociedad de la información, Margarita Martínez señala novedades en relación a los sistemas contemporáneos de existencia. Escribe en “El derrame de lo subjetivo y la construcción de un real asistido”, compilado en el libro Futuro Presente (2019),
“Uno de los impactos más evidentes es el quiebre, que hoy es definitivo, de los pares antitéticos con los cuales la Modernidad nos había enseñado a organizar y pensar el mundo: activo/pasivo, sujeto/objeto, amo/esclavo, verdadero/falso, animado/inanimado y otras tantas oposiciones binarias. En este sentido, la técnica y, lógicamente, las máquinas inducen terceros estados…” (pág. 83)
Dentro de la multiplicación de terceros estados híbridos, o intermedios, algunos artistas se nutren de las conexiones y ciclos preexistentes de la naturaleza para investigar vida, muerte y, técnica mediante, la resurrección. De esos cruces avivados por la imaginación post-humanista se gestan los ecosistemas de Lena

Becerra, que materializa escenarios con artefactos quirúrgicos, tanques con líquidos de colores fluorescentes o de una negrura abisal. Mientras el humo de las mezclas se evapora en la sala, se despliegan redes y tejidos como venas. Y apartado un organismo con la fragilidad del cristal reposa en una fría mesa metálica. El cuerpo como entidad se expande, adquiere características rizomáticas.
Tubos como venas trafican datos como vida.
En ese paso más allá del umbral se instala el artista Faktor (Facundo Suasnabar) con su obra La extensa sombra (2021). En una mínima ficha técnica se lee: pantallas, cadenas, software, precintos, correas, led, electricidad, sonido. Todo lo necesario para crear y surtir al ser amorfo que ahora vive en la pantalla portal, que yace sumergido en un caos de colores estallados. Dentro de un entorno industrial postapocalíptico lo acompañan otros aparatos que supervisan su estado de trance digital. ¿Quién depende de quién en estas redes desordenadas? ¿Quién es el parásito?

Si hay algo que revela esta variedad de producciones son los sentidos y emociones contradictorias de un tiempo revulsivo, hijos todos de una época en transición de paradigmas y órdenes. La ruptura dentro de una tradición también implica poner en valor aquellas intuiciones invertebradas que a lo largo de la historia de las artes fueron encauzando los interrogantes sobre nuestro lugar en el mundo. Las pequeñas incisiones molestas sobre la materia sutil que prometen otra realidad vital.
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Citas
Chali, Elian. “La máquina de hacer emocionar. La inteligencia artificial, lo humano y el arte” (12/07/ 2023) https://cajanegraeditora.com.ar/la-maquina-de-hacer-emocionar/
Futuro presente. Perspectivas desde el arte y su política sobre la crisis ecológica y el mundo digital. Coomp. Graciela Speranza. Edición Siglo XXI (2019)
Shelley, Mary W. Frankenstein o el moderno Prometeo. Edición Alfaguara (2008)
por Manu Harriague (@manu.harriague)
Entusiasta espectadora desde el teatro de títeres de su infancia, ahora persigue esa misma emoción en cada espectáculo. Tras un breve paso por la Licenciatura en Letras, fue virando por distintos talleres de escritura, donde experimentó con dramaturgia, narrativa y poesía. En cada espacio descubrió una manera distinta de atravesar el mundo, trazando un dispositivo mutable de creatividad. Más adelante, encontró en la curaduría una confluencia transdisciplinar de esos intereses y preguntas. Actualmente, está finalizando la Licenciatura en Curaduría en la Universidad Nacional de las Artes.
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