Teatro independiente al borde del Paraná: Cinco claves para descubrir una poética
- Cecilia Perna

- 2 dic
- 6 Min. de lectura
por Cecilia Perna
Presentamos aquí una preciosa reseña doble a dos obras en cartel en Zárate, dirigidas por Juan Seré: Nenamala y Pelotari. Melodrama campero de ultratumba. La reseña fue escrita por Cecilia Perna, colaboradora itinerante residente también en Zárate. Que las disfruten, ¡y vayan!

Si en Plaza Miserere alguien se sube a la línea 194 y se atreve a completar su recorrido, atraviesa completo el Conurbano Norte y termina en la estación de Zárate. El 194 es el último bondi a Finisterre, frontera límite del Paraná con la provincia de Entre Ríos. Y sí, el AMBA está cada vez más extenso. Lleva un tiempo llegar a ese confín, pero es bastante fácil.
Muchas son las personas que van y vienen, nomadeando por la Panamericana, llevando y trayendo su trabajo entre las puntas de ese corredor. Entre ellos está el actor, director y dramaturgo Juan Seré —al que le gusta pensarse como un “agitaescena”—, uno de los principales responsables del teatro independiente Anexo Fantasma, que funciona en una vieja y hermosa casona a la italiana del centro de la ciudad de Zárate. Allí, Juan acaba de presentar en simultáneo dos obras: Pelotari. Melodrama campero de ultratumba y Nenamala, ambas puestas realizadas por los grupos de actores que él coordina.
¿De qué se tratan las obras? —podría alguien preguntarse. Responder sería un desencanto, porque la pregunta es injusta. Contestarla es como explicar un poema antes de haber pasado por la experiencia de leerlo. Podemos decir, claro, algo mínimo de cada una: una estancia familiar en decadencia y un dandy del deporte que vuelve a perseguir fantasmas; una peste, una misión y un viaje de retorno a lo desconocido. Quizá haya, sin embargo, algo más interesante que ofrecer a quien todavía no conoce el trabajo de este grupo de teatro: pistas de una poética, pequeños puntos de enclave para su futura mirada. Acá van cinco, para abrir el entusiasmo.
La utopía es todos los lugares —y los tiempos—
En una entrevista de radio en la FM municipal, la actriz Olga de María cuenta que, sobre el margen del texto con el que ensayaba Nenamala, escribió la palabra “utopía” para no olvidar algo Juan Seré le había indicado. Es así: en esta utopía, el escenario está casi pelado de escenografía. Los lugares son nombres que se despliegan sobre las tablas y enmarcan la escena: el faro, el lupanar, la balsa, el campo. En cada palabra están contenidas todas las geografías evocables, para cualquier tiempo posible. No importa la etimología, la u-topía es aquí lo contrario al no-lugar. La utopía, en la escena, es la juntura de todos los lugares, superpuestos como en un palimpsesto. Por eso, desde las gradas, podemos elegir nosotros el lugar propio —con nuestro cuerpo, con nuestra memoria— para revisitar y reelaborar los malestares pasados y presentes. Particularmente ese, cercano y global, que nos trajo la peste. Pero no solamente, habiendo tantas formas en que la peste convive con nosotros.
También puede suceder la unidad de espacio, como en Pelotari, donde toda la acción transcurre en la sala demodé de un casco de estancia. Aquí, será el tiempo el que sobrevenga en capas. Ucronía pura: la del limbo de los muertos sobre el paso de los días, marcados por el gallo del amanecer, sobre el tiempo de nuestro reloj, del otro lado del escenario.
En ambas obras, se pierden los dos puntos de anclaje que, hasta ahora, nos han sido casi naturales para existir: el espacio y el tiempo. Anclajes que quizá se nos vienen desdibujando desde hace rato en el cotidiano, pero que la experiencia de la escena nos pone en plena evidencia.
El eco del texto
Nenamala es, por sobre todas las cosas, un poema. Un texto escrito en versos, un compuesto de sonido entreverado. El trabajo de memoria de los actores es impecable y lo sabemos: memorizar un poema es aprenderlo sílaba por sílaba. Y decirlo en voz alta es sostener cada sonido como un caramelo adentro de la boca. A veces son dulces, a veces, se escupen como un trago de veneno. El trabajo de contrapunto entre voces es central: mientras una lleva el hilo del decir, otras contestan, construyendo el simulacro de un diálogo. Por su parte, Pelotari —que coquetea burlonamente con la tradición más costumbrista— no está armada sobre el verso sino sobre el diálogo mismo. Un diálogo que, sin embargo, no deja de estar atravesado por susurros, resonancias, reverberaciones y réplicas: todo un sistema de ecos que nos recuerda constantemente la atmósfera de ultratumba pero, también, devuelve la palabra al lugar rítmico del poema.
Sobre el rastro de luces y sonidos
Desde el barroco, teatralidad es sinónimo de juego de luces. Luces que cierran la mirada sobre una superficie restringida, hundiendo el resto del mundo en la oscuridad; luces que se proyectan por fuera de los límites de la acción, expandiéndola, hasta tocar y abrazar el cuerpo de quien observa, también, iluminado en el golpe o agazapado en la penumbra. Así se sienten las atmósferas de las obras de Seré, barrocamente hechas de luz… y de sonido. No solo el de la voz de los actores, sino, además, de una música deslindada, trabajo de audio que se mixea preciso con los tiempos de la escena, para marcar un ritmo, una velocidad, un afecto. Luz y sonido están tan meticulosamente trabajados que son a la vez la pista sobre la que los actores deslizan la acción y sus escuderos vivientes, que los protegen durante el viaje de la obra.
Objetos que hablan
Tantos: una caja de fósforos mojada, unas medias desgarradas de red, un anillo de piedra brillantemente indiscreto en el meñique, unas raquetas y una pluma bailarina de bádminton, un barbijo tejido y tajeado que se vuelve barba de malhechor, una máscara de protección o de verdugo, una pistolita de madera pintada, un hilo sangre de tela roja. Cada pequeño objeto es un agente más de la escena. Tiene vida propia, vida no humana, un brillo transferido por el lugar preciso que ocupa en el acto y los afectos que arrastra, desde el escenario hasta los pechos sentados en las gradas.
Para atravesar el espanto hay que hacerse inocente
Desde el primer momento podemos ver con toda claridad la tradición que el teatro de Juan Seré encarna: la del grotesco criollo. El grotesco, aquello que en la Europa de la Primera Guerra supo ser gesto mutante, deforme y transmisor de una angustia existencial, en el Río de la Plata se acriolló, y sumó al tono desafiante del gaucho, la angustia migrante, la lucha de clases, las promesas rotas de prosperidad, la imposibilidad de construir una pertenencia social plena y el lunfardo. El grotesco criollo, ese primo hermano del esperpento de Valle-Inclán, supo hacernos reír con angustia en la panza, supo hacernos sentir el dolor más tremendo con una carcajada. Discépolo, Cossa, incluso, Gambaro, Briski o Kartun son cuentas de ese mismo collar que se sigue hilvanando. Sin lugar a dudas, Juan Seré es otro de esos abalorios, que con su brillo particular y su forma cuidada, nos recuerda que el camino está lleno de escollos, pero que ya hemos sido redimidos, si damos el primer paso y el último, como huérfanos leales a nuestro amor y a nuestro niño. Incluso, cuando la risa traiga, junto con la expansión, una puntada en el pecho.
Vengan a Zárate, al Anexo Fantasma: llenen el tanque del auto entre amigos o busquen una parada del 194. La travesía siempre vale la pena, si el teatro va a transformarnos.
Pueden escuchar también esta preciosa entrevista en la FM municipal:
FICHA TÉCNICA:
Nenamala
Próximas funciones: 12,13 y 14 de diciembre
Actúan:
Olga Ofelia DeMaría
Agustín Natilla
Francesca Zapata
Nicolás Rocha
Federico Prado
Bernardo Alonso
Yesica Mystik González
Andrés Chanes
Esteban Tani
Lula Rigoni
Flavia Valutano
Celeste Galluzi
Anabela Cosci
Berenice Martínez
Música original: Tote
Fotos: Juani Fiori
Diseño: Julia Fígoli Pérez
Maquillaje y peluquería: Lula Rigoni
Escenografía, iluminación, vestuario, producción: Juan Seré
Pelotari. Melodrama campero de ultratumba
Próximas funciones: 6,7,17,18,19 de diciembre
Actúan:
Leonardo Vázquez
Cris Palacio
Bernardo Alonso
Andrés Chanes
Federico Prado
Irma Guzmán
Rocío Borda
Julieta Bruchez
Música original: Tote
Fotos: Eloy Rodriguez Tale
Diseño: Julia Fígoli Pérez
Maquillaje y peluquería: Lula Rigoni
Escenografía: Leonardo Vázquez
Iluminación, vestuario, producción: Juan Seré
por María Cecilia Perna (@cecilit.escribe)
Es poeta, traductora y performer. Trabaja como profesora-investigadora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y da talleres de escritura creativa en forma privada. Publicó los libros de poesía La Boca de Mercurio (Siesta, 2003), Libro Chino (Gog y Magog, 2009) Vísperas (Zorra Poesía, 2009), Otra Víspera (Buenos Aires Poetry, 2016), Australia (El ojo del Mármol, 2017), Monroe (Tanta Ceniza editora, 2019) y Lindero del Bosque (Ñacurutú editora. 2024). Sus poemas formaron parte de diversas antologías, entre ellas la Antología Federal de poesía. Provincia de Buenos Aires (CFI, 2017), Última poesía argentina (En danza, 2008) y Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica (México, La cuadrilla de la Langosta, 2003). Seleccionó, tradujo e ilustró la breve antología de poesía de Emily Dickinson Pequeños Pies (Loca Mala, 2021) y el libro Ariel de Sylvia Plath, en una edición ampliada (Biquini Ninja, 2023). Tradujo la obra 45’ para un orador de John Cage, para la puesta dirigida por Andrea Chacón Álvarez y estrenada en el Centro Nacional de la música en 2015. Este año saldrá su primera novela Al Sol por Editorial Caburé y el libro de ensayos sobre cine clásico argentino, Cinco amores de película por Hasta Trilce Ediciones. Su libro de poemas Lugar de Agua, que en 2023 obtuvo el tercer puesto del Concurso Nacional Storni, será publicado próximamente en la editorial chilena Falso Azufre.



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