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La fragilidad de las casas: La ficción como un hogar donde refugiarse

  • Foto del escritor: Nicole Popper
    Nicole Popper
  • 1 jul
  • 4 Min. de lectura

por Nicole Popper


Hay una especie de tradición relacionada a las mujeres como portadoras del don intuitivo. Desde el mito de Casandra —maldita por Apolo para predecir el futuro, pero condenada a que nadie le creyera— hasta la famosa letra de Shakira (“las mujeres somos las de la intuición”), podemos rastrear esta idea continua de que nuestro instinto o lo que sea que habita dentro nuestro, se manifiesta en una voz completa, segura, que nos dice cuál es el mejor camino.



La fragilidad de las casas repone esta tradición, a la vez que la pone en crisis. Casandra, la protagonista (interpretada sensible y eléctricamente por Guadalupe Docampo), hace honor a su nombre y puede ver lo que los otros no, pese a que esto funcione como una maldición porque no la previene de cometer errores. Sabe en qué lugares estar y de dónde huir. Sin embargo, es la búsqueda de ese supuesto amor que completa y da sentido lo que la hace cruzarse con los personajes más detestables, que provocan que el público se descostille de risa y quiera gritar con todas sus fuerzas: “¡Amiga, salí de ahí!”.


Esta es una obra dividida en episodios, donde cada uno es una de las casas en donde Casandra vivió. Cada episodio es presentado por una canción, un título y una imagen dibujada, proyectada en una pantalla que sirve de fondo para una escenografía cambiante y dinámica. Una hilera de cajas al fondo del escenario —rodeadas con cinta de “frágil”— contiene el vestuario y los objetos que los actores irán usando y descartando a lo largo de la obra. La escenografía está apilada en una esquina, como un depósito o un camión de mudanza que denuncia lo efímero que es cada espacio que nos promete estabilidad.


La música original, a cargo de Julián Rodríguez Rona e interpretada por él y por Facundo Mejías, introduce cada escena. Ambos también actúan, junto a Irene Vivanco (acróbata que dibuja en el espacio metáforas abiertas, funcionando como un espectro de la madre de Casandra, una aparición, una voz que parece personificar el linaje de sabiduría ancestral que las mujeres llevamos dentro).


Los tres intérpretes funcionan cual comodines que encarnan a madre, padrastros, hermanos, ex novios, amigas, etc. Destilan humor e ironía; a través del desparpajo y el desborde, componen una parodia de todo lo que vivimos las mujeres en búsqueda de un lugar seguro. Los intentos fallidos, los lugares provisorios que creemos definitivos, los vínculos de los que claramente hay que huir pero no lo vemos a tiempo.


En cada capítulo, los hombres se encargan de titular, catalogar y explicar las palabras que Casandra usa. Aunque lo que digan es obvio. Aunque Casandra no necesite de esa aclaración. Aunque a veces las conceptualizaciones no apliquen. Los hombres explican, capturan en definiciones, pretendiendo fragmentar una experiencia humana compleja como es la de crecer en un mundo atrapado entre dos paradigmas: el patriarcal que nos enseñó a vincularnos, y el nuevo, que vaya a saber en qué formas se manifiesta o dónde irá a parar.



A través de estos capítulos, dirigidos con honesta intuición y sabia destreza por Victoria Almeida, quien también escribió esta obra, acompañamos a Casandra en la búsqueda de un hogar y un amor que, en definitiva, parecieran ser dos representaciones de lo mismo: un lugar donde sentirse a salvo.


Tenía tantas ganas de ser querida que… 

…me creía todo 

…me adaptaba 

…me perdía a mí misma


Esta oración que funciona como un mantra presente a lo largo de la obra devela el funcionamiento subyacente en el ser mujer en una realidad cambiante. ¿Hasta dónde negociar con aquello que no nos conforma? ¿Cómo hacer para sobrevivir en un mundo hostil sin vivir en guerra con quienes suponen amarnos? Y sobre todo, ¿para qué sirve la intuición si no es para asegurarnos de que los espacios donde nos establecemos son los indicados para nuestro bienestar?


Siendo mujer joven en un mundo en constante deconstrucción, una se cuestiona esta y tantas otras cosas. ¿Cómo aprender a querer(se) en una realidad que no hace más que expulsarnos? La fragilidad de las casas ofrece un juego teatral vivaz y elocuente para disparar esas preguntas. Desde un desfile de ghosteos a una coreografía en reemplazo de la violencia que no se puede mostrar, la obra nos propone una búsqueda de identidad a través de la representación.


Las escenas se arman y desarman frente a nuestros ojos. Escenografía, vestuario e intérpretes entran y salen para conformar distintas configuraciones de esos capítulos de la vida de la protagonista. Recursos escénicos de todo tipo se ponen a disposición de esta búsqueda de sentido e identidad. Asistimos a un despliegue de procedimientos que parecieran ser del orden del capricho y sin embargo se sostienen como se defiende el chisme, fuerza poderosísima: una amiga nos cuenta como puede y como quiere, las idas y vueltas de su crecimiento. El humor rompe la solemnidad y se pone al servicio de lo que muchas veces nos quiebra.


En La fragilidad de las casas, la ficción aparece como un territorio que nos permite reapropiarnos de nuestra propia historia, escapar de los relatos patriarcales sobre nuestras experiencias y deshacernos, a través de la poesía, de esas etiquetas que oprimen, en un intento por entender el mundo en su contradicción. Y de esa manera abrazar la búsqueda constante de ese lugar feliz como un camino, no siempre acertado, pero posible.



FICHA TÉCNICA:


Autoría: Victoria Almeida

Dramaturgia: Victoria Almeida

Actúan: Guadalupe Docampo, Facundo Livio Mejías, Julián Rodríguez Rona, Irene Vivanco

Vestuario: Antonela Fucenecco

Diseño sonoro: Leonardo Checchia

Diseño De Acrobacia: Daniel Licandro

Realización de escenografía: Martin Ganem

Música original: Julián Rodríguez Rona

Diseño De Iluminación: Jorge Pastorino

Fotografía: Pablo Ponzinibbio

Diseño gráfico: Patricio Vegezzi

Asistencia de dirección: Pablo Ponzinibbio

Prensa: Marcos Mutuverría

Producción: Pablo Ponzinibbio

Producción general: Horacio David, Marcelo Melingo

Dirección: Victoria Almeida

Agradecimientos: Emaders, Milagros Almeida, Sergio Almeida, Ignacio Apolo, Juan Pablo Baño, Maruja Bustamante, Osvaldo Casime, Pablo Fabregas, Martin Ganem, Miguel Israilevich, Alfredo Staffolani, Jorge Thefs, Maru Tomé, Cecilia Troncoso



por Nicole Popper (@nicole.popper)


Nicole Popper es actriz, directora y dramaturga. Estudió Actuación y Dirección teatral en la UNA y se formó en Dramaturgia en la EMAD. También escribe poesía. Como autora y directora, estrenó Pájaro en mano (2016) y Targlok: sobre las reglas terrícolas (2018 y 2022). Actuó en teatro y en tele, y en 2023 la nominaron a los Premios Hugo por su actuación en Llega la mañana. Ahora está ensayando Max Garita, su próxima obra como dramaturga y directora, a estrenar en noviembre en Espacio Callejón.

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