Maxidonio, el puchero misterioso: El tiempo aquel, el tiempo otro
- Camilo Polotto Javkin
- 5 jun
- 3 Min. de lectura
por Camilo Polotto
En Maxidonio, Norman Briski pone en escena un teatro que no busca pertenecer, sino proponer. Y en ese gesto solitario, profundamente necesario en estos días, traza un camino que desafía la comodidad de las formas ya dadas. La obra vibra con una sonoridad propia, con un decir que no imita ni representa: se instala como lenguaje escénico, como acto.

Hay algo de la figura de Macedonio Fernández merodeando la escena, como un eco que no cesa. No por su nombre, sino por su pensamiento: una forma de interrogar lo real desde la inestabilidad, la ironía, el desvío. Su fantasma —ese que parece haberse quedado detenido en el tiempo— encuentra en la obra un espejo distorsionado pero fiel. Todo en Maxidonio parece suspendido, fuera de época, menos un único objeto contemporáneo: un celular, en manos de la Muerte. Como si la tecnología fuera también parte del absurdo, una herramienta más del desvío. Ese “tiempo otro” del que hablaba Borges —ese que nos atraviesa sin pertenecer al reloj, ese que “nos lleva y nos trae”— también merodea la puesta. En Maxidonio, el tiempo no avanza: se enrosca, se detiene, se vuelve espiral. Es un tiempo denso, teatral, que se manifiesta tanto en las actuaciones como en la respiración misma de la obra.
Los actores no interpretan personajes en el sentido habitual, sino que encarnan una voz que se articula con precisión rítmica y emocional. La palabra, en esta obra, es carne, metal y vértigo. El decir —afilado, poético, dislocado— construye una sonoridad que golpea y envuelve, que exige escucha y entrega.
La escenografía acompaña esta propuesta con materiales que parecen salidos de un taller de invención: hierro, herrajes, ruedas, palancas. Elementos rústicos y bellos, cargados de una funcionalidad poética. No son decorado, son parte de la dramaturgia: tensan, sostienen, se activan. Cada aparato parece tener su historia, su uso posible y su misterio. Es un espacio que cruje y se mueve, que se siente vivo.

Maxidonio no se inscribe en ninguna corriente reconocible. Rehúye toda etiqueta, y en eso sienta precedente. Su fuerza está en no querer ser parte de nada, sino en crear su propia lógica. Un teatro que se piensa desde la resistencia y la invención. Que no busca agradar, sino conmover. Que habla desde el borde, con el coraje de quien sabe que el borde es también un centro posible.
En un tiempo que exige respuestas rápidas y formas reconocibles, Maxidonio se atreve a preguntar con otra voz. Como ese tiempo borgeano, el de los espejos y los laberintos, que no se deja domesticar. La obra no busca agradar, sino ejercer el pensamiento y abrir los sentidos por fuera de toda corriente estética predominante. Y eso, en sí mismo, es un acto de resistencia. Entrar en Calibán, ese espacio que Norman Briski sostiene con firmeza desde hace décadas, es vivir una experiencia de pensamiento, de formación, de disidencia creativa frente a un mundo moldeado por líneas de pensamiento muchas veces vacías, repetidas y cómodas. Allí, el teatro no representa: propone, provoca y permanece.
FICHA TÉCNICA
Autoría: Vicente Muleiro
Actúan: Sergio Barattucci, Cony Fernandez, Lucrecia Fiorito, Lorena García, Ezequiel Martelliti, Juan Washington Felice Astorga
Vestuario: Charly Vargas
Administración De Sala: Teatro Caliban
Realización de escenografia: Guillermo Bechthold
Video: David Nazareno
Operación de luces: Andrea Colombo
Operación de sonido: Andrea Colombo
Artista plástico: Lolo Amengual
Diseño De Iluminación: Norman Briski
Fotografía: Lucrecia Fiorito, David Nazareno
Asistencia de dirección: Ezequiel Martelliti
Asistencia De Escenas: Lucrecia Fiorito, Helena Perez Aguilar
Producción general: Vicente Muleiro
Dirección general: Norman Briski
Agradecimientos: Catanila Briski, Roberto Burgener, Emmanuel Melgarejo, Victor Monte, Marcelo Perez
por Camilo Polotto Javkin
Camilo Polotto Javkin se formó como actor con Nora Moseinco, entre otros. Danza con Margarita Molfino y Flor Vecino. Escritura con Santiago Loza, Andres Gallina y Gael Policano Rossi. En teatro trabajó en Empiecen sin mi de Santiago Loza, La clase de Rikudim de Santiago Nader, Sagrado Bosque de Monstruos dirigida por Alejandro Tantanian (Teatro Nacional Cervantes). Reinos de Romina Paula, Agustina Muñoz y Margarita Molfino (Complejo Teatral de Buenos Aires). En cine participó en Bernarda es la patria de Diego Schipani y Albertina Carri, Gulliver de María Alché y Edición Ilimitada, episodio dirigido por Romina Paula (Festival de San Sebastián 2020). Dirigió el cortometraje "Diseminar" ganador en el Festival Espacio Queer 2015 mejor cortometraje nacional. En teatro dirigió Clara de y con Mariano Saborido, Al mar de Ana Kowalczuk y actualmente Al borde del mundo en el Centro Cultural San Martín. Se desempeña como maestro de actuación y coach de actores para cine y publicidad.
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